28.5.11

Reflexiones domingueras o acerca del sentido de la vida


Cada vez creo más que la vida no tiene sentido. Tiene sentidosss...Sentidos que a veces descubrimos, otras perdemos, en el mejor de los casos, creamos a nuestra medida...Sirvan, a modo de ejemplo, dos textos que escribí hace ya un tiempo sobre este asunto. Ejercicios literarios, acaso también filosóficos, no exentos de ironía...

Decálogo de un suicida

1) El sentido de la vida humana es el resultado de su búsqueda infructuosa.

2) No se puede renunciar a la búsqueda del sentido de la vida humana. Esto es algo que los suicidas percibimos hasta el hartazgo.

3) No me suicido porque la vida humana carece de sentido, sino porque me cansé de buscar.

4) Ser un hombre es ser alguien que busca lo que jamás encontrará. En otras palabras: ser un hombre es ser un obstinado.

5) Hay hombres que quisieran no ser obstinados, es decir hay hombres que quisieran no ser tales.


6) Dejar de ser un hombre, antes que una solución, es una elección. Tal vez la única elección posible.

7) Contrario a lo que deseamos creer, la voluntad humana se encuentra profundamente condicionada. Esto se percibe con claridad, en el hecho de que no elegimos nacer y, en la mayoría de los casos, tampoco elegimos morir.

8) Porque no elegí nacer, elijo morir. No encuentro otra manera de ser libre.

9) La libertad reside en la posibilidad, la posibilidad reside en el no ser. La vida es. Luego, vida y libertad se excluyen.

10) Soy libre, luego no soy.


Elogio de lo pueril o acerca de por qué perseveramos en la vida

Contrario a lo que se cree no son las grandes metas, ni los magnánimo sueños los que nos llevan a perseverar en la vida. Tampoco los argumentos esgrimidos por teólogos y filósofos.
Es el placer que nos inunda cuerpo y alma cada vez que un buen vino acaricia nuestro paladar, lo que nos ata a la vida. Es la íntima conmoción que experimentamos al ver un lapacho amarillo en el mustio paisaje, lo que nos lleva a seguir viviendo. Es lo pueril, lo cotidiano, eso pequeñito que nos hace cosquillas y nos proporciona una felicidad de la que raras veces somos concientes, lo que inclina la balanza y nos exhorta a estar vivos.
Las explicaciones que luego acuñamos para justificar nuestra existencia, para demostrar que nuestra vida en efecto tiene sentido, no son más que absurdas disquisiciones que sólo sirven -como el lector de este texto puede corroborar- para hacer gala de nuestro ingenio. De allí que nadie, o casi nadie, haya decidido acabar con su vida sólo por el hecho de haber encontrado que la justificación sobre la que ésta se asentaba era falaz o en extremo refutable.
La imposibilidad en cambio de disfrutar de lo pueril, de tener experiencia de lo nimio, o bien, nos lleva a buscar placeres extremos –esa clase de placeres que al decir de Epicuro terminan por convertirse en dolor- , o bien, nos lleva a desistir de la vida.
          Elogiemos, por tanto, al balbucir de las hojas en otoño cuando las pisamos, a la sabrosa policromía de las frutas colocadas en las verdulerías, a los plásticos con burbujitas por su incomparable cacofonía, a los azahares y a los libros por su aroma, por el colorido que ofrecen en nuestras veredas y bibliotecas. Elogiemos, una y otra vez, a estas pequeñas cosas y a las sensaciones pueriles que nos provocan porque son ellas el pan nuestro de cada día.



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