4.4.11

Utopía de un escéptico (Borges y la política)


Borges: un compadrito

Lejos de dogmas y sistemas, Borges prefirió soñar al mundo antes que descifrarlo. Dotado de extraordinaria lucidez se valió de la belleza y del humor para pensar, de allí la deliberada falta de sentido común a la que apeló en reiteradas ocasiones.

Provocador nato, a su modo fue un compadrito, un intelectual que, lejos de sostener posiciones políticamente correctas, hizo de la controversia y la contradicción rasgos constantes en éstas.

¿A que se debió esto? es la pregunta que no pocos se hacen y a la que, generalmente, responden poniendo el acento en el esteticismo borgeano, es decir en la primacía que Borges otorgó a la forma por sobre el contenido. Considero que, aunque verosímil, esta respuesta es incompleta. Borges sostuvo una concepción política que, si bien armonizó con sus estrategias discursivas, se situó más allá de éstas. Sus apelaciones constantes al humor y a la provocación no tenían sólo un fin efectista, había en él una mirada de la realidad -sobre todo de la realidad política- esencialmente escéptica. Esto, sin embargo, no lo transformó en un pesimista o en un reaccionario como muchos creen; antes bien, acentuó en él el “anarco-individualismo pacifista” que su padre le había inculcado.

La utopía anarco-individualista

Borges no fue a la escuela de manera regular. Su padre, gran admirador de Herbert Spencer, defendía como éste el criterio del "laissez faire" contra los peligros de la intervención del Estado en la vida de los individuos y decidió, por tal motivo, no someter en demasía a sus hijos a las restricciones de una educación formal. De allí que Borges, no sólo heredara de su progenitor la ceguera y el amor por los libros, sino también una formación de carácter anarco-individualista. Formación que -en una entrevista otorgada a Fernando Sorrentino- el escritor evocó del siguiente modo:

“Mi padre era anarquista, spenceriano, lector de El hombre contra el Estado, y recuerdo que, en uno de los largos veraneos que hicimos en Montevideo, me dijo mi padre que me fijara en muchas cosas, porque esas cosas iban a desaparecer y yo podría contarles a mis hijos o a mis nietos –no he tenido hijos ni nietos- que yo había visto esas cosas. Que me fijara en los cuarteles, en las banderas, en los mapas con distintos colores para los distintos estados, en las carnicerías, en las iglesias, en los curas, en las aduanas, porque todo eso iba a desaparecer cuando el mundo fuera uno y se olvidaran las diferencias.”[1]

El impacto que los horrores de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial causaron en Borges, no hicieron sino acentuar en su ánimo esta concepción anárquica y pacifista que su padre le había inculcado. Para él un mundo sin gobiernos, un mundo anárquico era el único mundo deseable, pues consideraba que la existencia del Estado era la condición de posibilidad de toda guerra.

“Desdichadamente para los hombres, el planeta ha sido parcelado en países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de una mitología particular, de derechos, de agravios, de fronteras, de banderas, de escudos y de mapas. Mientras dure este arbitrario estado de cosas, serán inevitables las guerras.”[2]

Abogaba, en consecuencia, por un máximo de individuo y un mínimo de Estado, al tiempo que no dejaba de señalar que, en la intromisión del aparato gubernamental en la vida de los ciudadanos, debía verse la causa de los mayores males del mundo contemporáneo: comunismo, nazismo y peronismo. Criticaba, asimismo, los supuestos ontológicos sobre los que se estructuran estas corrientes políticas porque para Borges hablar de la sociedad, el pueblo, la nación, el Estado, la clase obrera implicaba hablar abstractamente. “Yo creo- afirmaba - que sólo existen los individuos: todo lo demás, las naciones y las clases sociales son meras comodidades intelectuales” [3]

De allí que su anarquismo se encontrara muy lejos del anarquismo colectivista y revolucionario representado por Kropotkin (anarco-comunismo) y por Bakunin (anarco-sindicalismo)[4] y muy cerca de la concepción política de Herbert Spencer[5]. Pensador este del siglo XIX quien, además de considerar que la sociedad debía organizarse de conformidad con las leyes de la naturaleza (darwinismo social), juzgaba que el mejor gobierno era el que menos intervenía en la vida de los individuos (liberalismo extremo). Tesis - esta última - a la que Borges, no sólo adhirió sino, también, radicalizó: “Diría que las palabras gobierno e ideal se contradicen. Yo preferiría que fuéramos dignos de un mundo sin gobiernos”[6].

Todo lo cual, no debe interpretarse como una aspiración de cambio revolucionario por parte de Borges, nada más lejos de él. Su anarquismo era individualista y pacifista y, como tal, era contrario a toda revuelta política violenta. Derrocar un régimen político para imponer otro no era la vía más óptima para el cambio según Borges, pues consideraba que lo más importante no eran las formas de gobierno sino los individuos y su progreso moral. Únicamente en ellos veía la posibilidad de un mundo mejor porque, desde su perspectiva, las relaciones humanas sólo podían ser justas en la medida en que los hombres lo fueran: “...creo- afirmaba- que si cada uno de nosotros pensara en ser un hombre ético, y tratara de serlo, ya habríamos hecho mucho; ya que al fin de todo, la suma de las conductas depende de cada individuo”[7].

Mientras tanto, mientras el progreso ético de los individuos no ocurriera, la utopía de un mundo sin Estados era para Borges imposible:

“...yo ciertamente no llegaré a ese mundo sin Estados. Para eso se necesitaría una humanidad ética, y además, una humanidad intelectualmente más fuerte de lo que es ahora, de lo que somos nosotros; ya que, sin duda, somos muy inmorales y muy poco inteligentes comparados con esos hombres del porvenir, por eso estoy de acuerdo con la frase: “Yo creo dogmáticamente en el progreso”[8].

Deudor del siglo XIX, Borges creía que el progreso moral de la humanidad, aunque lento, era irrevocable. Así lo expresó en “Utopía de un hombre que esta solo”, un relato que puede ser leído como la plasmación de su utopía anarco-individualista pacifista[9], porque en él Borges describe un mundo cosmopolita en el que el desarrollo moral de los individuos ha dado lugar a la paulatina desaparición de la política y sus instituciones. “¿Qué sucedió con los gobiernos?“ pregunta el personaje Eudoro Acevedo en este relato y un hombre – a quien dicen “alguien” porque en ese mundo utópico los nombres propios carecen de sentido- responde:

“-Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos.”[10]

La diversidad de lenguas, la imprenta y las herencias también han desaparecido de ese mundo sin gobiernos y sin políticos que Borges describe en el relato. La primera porque favorecía la diversidad de pueblos y, en consecuencia, las guerras; la segunda porque multiplicaba hasta el vértigo libros innecesarios; y las terceras porque en ese mundo tampoco existen las posesiones: “Ya no hay quien adolezca de pobreza, que habrá sido insufrible, ni de riqueza, que habrá sido la forma más incómoda de la vulgaridad. Cada cual ejerce su oficio”[11]

Partidario de la austeridad y, sobre todo, de la libertad, Borges imagina que sólo en una sociedad anarquista y cosmopolita -como la que describe en el relato- puede el individuo desarrollar al máximo sus capacidades morales y alcanzar el ascetismo. Modo de vida gracias al cual, el hombre ejerce tal control sobre sí mismo que es capaz, incluso, de decidir serenamente respecto de su propia muerte.

“Cumplidos los cien años, el individuo puede prescindir del amor y la amistad. Los males y la muerte involuntaria no lo amenazan. Ejerce algunas de las artes, la filosofía, las matemáticas o juega a un ajedrez solitario. Cuando quiere se mata. Dueño el hombre de su vida, lo es también de su muerte”[12]


Un conservadurismo muy peculiar

No pocos son los que han catalogado a Borges de conservador. Él mismo, incluso, en varias ocasiones ha llegado a proclamar su adhesión y afiliación a esta corriente política: “...me di cuenta de que, hablando con amigos míos conservadores, yo estaba de acuerdo con ellos en todo. De suerte que yo me afilié al Partido Conservador”[13].

A pesar de ello, no resulta caprichoso examinar los alcances del conservadurismo en Borges, dado que no son menores las diferencias entre éste y su utopía anarco-individualista. Así por ejemplo, una diferencia fundamental entre estos modos de concebir lo político es el papel que cada uno otorga a las instituciones. Para el anarco-individualismo éstas deben desaparecer y dar lugar a un mundo sin gobiernos, un mundo cosmopolita en el que el desarrollo moral de los individuos sea la condición de posibilidad de una pacífica convivencia entre los hombres. Para el conservadurismo, por el contrario, es imprescindible el mantenimiento de las instituciones políticas, si lo que se busca es la armonía social[14]. Esto es así porque, para esta corriente, el hombre es un ser finito y egoísta que necesita de la coacción del poder político para poder vivir en sociedad. Concepción antropológica esta que se encuentra en el extremo opuesto de la borgeana, pues -de acuerdo con lo anterior- Borges creía en la evolución moral del hombre porque lo consideraba un ser que es capaz, en potencia, de crear un mundo en que el sentimiento de confraternidad reemplace a la siempre frágil concordia civil.

¿Por qué entonces Borges se autodenominaba conservador? A mi parecer, sobre todo porque, al igual que el conservadurismo, Borges no tenía una concepción dialéctica sino evolucionista de la historia; para él los cambios históricos debían darse vía el lento y progresivo desarrollo moral del individuo y no vía revolucionaria. Además, desde su perspectiva, esta posición política representaba la defensa del Estado mínimo y del escepticismo en materia política. Punto -este último- sumamente cuestionable porque el conservadurismo, no sólo no descree de la política y sus instituciones, sino que -según antes se aclaró- las considera o bien fundamentales (conservadurismo fascista) o bien un mal necesario (conservadurismo liberal). De todos modos hay que decir, a favor de Borges, que éste era sumamente conciente de lo arbitrario que resulta el uso de los términos y que no pasaba por alto que su concepción del conservadurismo era una concepción muy peculiar, muy a la argentina:

“Soy un conservador, pero ser en mi país un conservador no significa ser una momia, significa, digámoslo así, un liberal moderado. Si eres un conservador en la Argentina, nadie piensa que se es un fascista o un nacionalista. Por el contrario, a decir verdad, creo que ser un conservador en Argentina, significa ser bastante escéptico en asuntos políticos e incrédulo en cuanto a cambios violentos se refiere.”[15]

Avatares políticos

Como bien se sabe “quien está con todos, no está en realidad con ninguno” y así fue con Borges en lo que atañe a cuestiones políticas. El invariable anarco-individualismo que sostuvo a lo largo de su vida, hizo de él un escéptico en materia política y llevó a que, no fueran las razones de tipo ideológico las que determinaran sus continuos cambios de partido, sino las razones “...de piedad, de culto a los mayores , razones así de tipo chino o genealógico”[16]

No debe, por tanto, sorprendernos que durante su juventud en Europa Borges haya escrito un libro de poemas titulado Los ritmos rojos en adhesión a la Revolución Rusa, pues para él ésta, antes que una ideología, representaba un principio de paz entre todos los hombres. Tampoco que, después de haber coqueteado con el populismo -al apoyar a Irigoyen en la candidatura para la segunda presidencia- haya sido un entusiasta defensor del golpe del General Uriburu en 1930, pues según declaró años más tarde : “...yo fui radical por tradición. Pero luego, cuando los radicales llegaron al poder, me di cuenta que eran una calamidad para el país”[17] Del mismo modo puede leerse su, ya comentada, afiliación al partido Conservador porque, tal como sostuvo en el prólogo del Informe de Brodie : “...me he afiliado al Partido Conservador , lo cual es una forma de escepticismo, y nadie me ha tildado de comunista, de nacionalista, de antisemita, de partidario de Hormiga Negra o de Rosas.”[18]

Su simpatía primera y posterior rechazo a la Dictadura Militar que gobernó la Argentina desde 1976 a 1982, también puede interpretarse como una expresión de su anarco-individualismo. A Borges la democracia le parecía un “curioso abuso de la estadística” sin ningún valor porque, según declaró en una entrevista concedida a Bernardo Neustadt en 1976:

“¿Usted cree que para resolver un problema matemático o estético hay que consultar a la mayoría de la gente? Yo diría que no; entonces ¿por qué suponer que la mayoría de la gente entiende de política? La verdad es que no entienden, y se dejan embaucar por una secta de sinvergüenzas, que por lo general son los políticos nacionales. Estos señores que van desparramando su retrato, haciendo promesas, a veces amenazas, sobornando, en suma.”[19]

Los militares, en cambio, sí gozaban de la anuencia de Borges porque representaban para él “un gobierno de caballeros”. Esto fue así, porque en su imaginario, ocupaba un lugar central el culto a los mayores y la convicción de que la clase militar personificaba la continuación de un pasado épico en el que el coraje de individuos virtuosos había dado lugar al nacimiento de la patria.

Semejante carga ideológica no le impidió, sin embargo, revertir a Borges su posición y criticar duramente a la Junta Militar de Gobierno cuando la brutalidad de los hechos cometidos por ésta llegó a sus oídos. No fue casual, por tanto, que el 12 de agosto de 1980 firmara Borges, junto a otras figuras de renombre, una solicitada en el diario Clarín pidiendo por el destino de los ciudadanos desaparecidos. Tampoco fue fortuito que en 1983 sostuviera:

“A pesar de todo, pienso que ahora tenemos derecho a la esperanza, mejor dicho, tenemos el deber de la esperanza. Basta con recordar los últimos años: hambre, persecución, torturas y desaparecidos, falta de trabajo, endeudamiento del Estado, opresión y hasta una guerra: ¡Esto es lo que han hecho los militares! Claro, si alguien se ha pasado la vida en los cuarteles, no hay ninguna razón para que sepa gobernar.” [20]

Antiutopía borgeana

Más allá de razones de tipo genealógicas, de contradicciones y escepticismos en materia política, Borges supo definirse políticamente a sí mismo como alguien que estaba “...contra Hitler, contra el anti-semitismo, contra el fascismo, contra el comunismo, contra nuestro propio dictador, Perón”[21] De hecho, el rechazo borgeano a este último era tan visceral que no perdía oportunidad para manifestarse contra él y su movimiento.

“La fiesta del monstruo” -un texto que escribió junto a Bioy Casares en 1947- es la prueba más acabada del profundo repudio de Borges hacia el peronismo, ya que en él la crítica a esta ideología se vuelve descarnada. Esto se debe, no tanto a la violencia extrema que encierra el hecho narrado (el asesinato de un estudiante judío en manos de la chusma peronista cuando se dirigía ésta a ver a Perón: el Monstruo), sino a la brutalidad, ajena a toda culpa, con la que uno de sus ejecutores cuenta lo ocurrido.

“Fue desopilante; el jude se puso de rodillas y miró al cielo y rezó como ausente en su media lengua. Cuando sonaron las campanadas de Monserrat se cayó porque ya estaba muerto. Nosotros nos desfogamos un poco más con pedradas que ya no le dolían. Te lo juro, Nelly, pusimos el cadáver hecho una lástima (...) Presto, gordeta, quedó relegado al olvido ese episodio callejero (...) Nos puso en forma para lo que vino después: la palabra del Monstruo. Estas orejas lo escucharon, gordeta, mismo como todo el país, porque el discurso se transmite en cadena"[22]

La intertextualidad de este relato con El Matadero de Echeverría y La resbalosa de Ascasubi ha sido señalada por muchos, y queda puesta fuera de toda duda, porque para Borges, tanto Rosas como Perón, personificaban el triunfo de la barbarie sobre la civilización. Ese triste “destino sudamericano” que aparece en varios de los escritos borgeanos[23] es denunciado una vez más en “La fiesta del Monstruo” y relatado con toda la violencia retórica que encierra la parodia. Del mismo modo, la elección de un judío como víctima de la brutalidad peronista, sirve a los autores para denunciar una verdad que consideraban entonces evidente: la identificación del peronismo con el nazismo.

Y es que, para un anarco-individualista como Borges, más allá de los matices –que a mi juicio no son menores- peronismo y nazismo representan lo mismo: “Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, muros exornados de nombres, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez..”[24]; representan, en pocas palabras: la “antiutopía”, el “perfecto y detestado reverso”[25] del mundo cosmopolita que Borges soñaba. Así lo confirma el hecho de que ambos movimientos basaran su poder en la maquinaria estatal, en la demagogia del caudillo, en el sometimiento del individuo a la falsa identidad que proporciona la masa. Falsa identidad que Borges muestra con gran lucidez en “Deutsches Réquiem”, un relato en el que un nazi, Otto Dietrich zur Linde, sostiene:

“El nazismo, intrínsecamente, es un hecho moral, un despojarse del viejo hombre, que está viciado, para vestir el nuevo(...) Ante mis ojos, no era un hombre, ni siquiera un judío; se había transformado en el símbolo de una detestada zona de mi alma. Yo agonicé con él, yo morí con él, yo de algún modo me he perdido con él; por eso fui implacable (...) Muchas cosas hay que destruir para edificar el nuevo orden; ahora sabemos que Alemania era una de esas cosas. Hemos dado algo más que nuestra vida, hemos dado la suerte de nuestro querido país. Que otros maldigan y otros lloren; a mí me regocija que nuestro don sea orbicular y perfecto..”[26]

En “Anotación al 23 de Agosto de 1944” Borges -fiel a su optimismo respecto del progreso moral de la humanidad y, sobre todo, fiel a su esteticismo- juzga a su antiutopía de “imposibilidad mental y moral”[27] y termina arriesgando la siguiente conjetura: “Hitler quiere ser derrotado. Hitler de un modo ciego, colabora con los inevitables ejércitos que lo aniquilarán, como los buitres de metal y el dragón (que no debieron ignorar que eran monstruos) colaboraban, misteriosamente, con Hércules.”[28]


Literatura y política

Que “las cosas que le ocurren a un hombre le ocurren a todos”[29], es una idea a la que Borges adhería con entusiasmo. Las fervorosas lecturas de Shopenhauer lo habían llevado a comprender la supremacía de la especie sobre el individuo y a aniquilar el yo particular en el yo universal porque en definitiva: “Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra. Afirmar lo contrario es mera estadística, una adición imposible”[30].

De allí que pretender, como pretende la política, realizar la operación inversa, es decir: someter la individualidad a la multiplicidad a través de los comicios, la singularidad a las generalidades de la ley, constituyera para Borges un motivo más para estar en contra de ésta. Desde su perspectiva, la sumisión del individuo a la voluntad general, al aparato del Estado instaura en él ficciones colectivistas (pueblo, nación, partido, clases sociales, etc.) que, no sólo restringen su libertad, sino también le impiden descubrir que en el fondo todos somos lo mismo. Esto es así porque para Borges la política repliega a la individualidad en su diferencia, pues la somete a entidades colectivas que, en tanto inexistentes, deben constituirse a sí mismas negativamente, es decir a partir de la identificación de un enemigo en común[31]. Enemigo que, en consecuencia, no sería tal, si la política y sus ficciones no existieran. Así lo sugiere en un hermoso poema intitulado “Juan López y John Ward”:

“Les tocó en suerte una época extraña.

El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades,

de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios,

de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos

y de símbolos. Esa división cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras.

López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la

ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el

Quijote.

El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la

calle Viamonte.

Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas

demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.

Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.

El hecho que me refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.”[32]



Anarquista y pacifista a Borges la guerra le resultaba indigna, tan indigna como la política. Una y otra constituían para él la exaltación de la barbarie, el sometimiento de la individualidad a una particularidad (llámese ésta: nación, Estado, partido, raza, etc.) que divide a los hombres en parcialidades mezquinas y les impide descubrir que en el fondo todos somos uno y el mismo porque todos pertenecemos a la misma especie.

La literatura, en cambio, representaba para Borges, no sólo un ámbito capaz de situar a los seres humanos más allá de las lealtades cartográficas, sino sobre todo, un ámbito en el que efectivamente es posible experimentar la disolución del yo. Esto es así porque -según la tesis borgeana- el lector, al adentrarse en ese microcosmos que es el texto literario, recrea el sentido de éste y se transforma también en su autor. De este modo, su individualidad y la del autor de origen quedan enriquecidas y trascendidas en esa especie de memoria universal que constituye la literatura. Memoria universal que, si bien está ligada al pasado, encuentra su sentido en las continuas reinterpretaciones que los lectores y, en especial, los escritores hacen de ella:

“El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres”[33].

Todos los autores son un mismo autor porque todos escriben y leen en función de esa praxis anónima que es la literatura. Por ello, atribuir méritos literarios a un individuo resulta, desde una perspectiva borgeana, siempre relativo. Así lo confirma el epígrafe de Fervor de Buenos Aires, en el que Borges sostiene: “Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor” [34]

Actos solitarios y al mismo tiempo universales, la escritura y la lectura tienen para Borges una significativa dimensión ética, pues a través de ellas es posible experimentar íntimamente la fraternidad esencial que existe entre los hombres. No caprichosamente, Borges afirma:

“Sólo quiero aclarar que no soy, ni he sido jamás, lo que antes se llamaba un fabulista o un predicador de parábolas y ahora un escritor comprometido. No aspiro a ser Esopo. Mis cuentos como los de La mil y una noches, quieren distraer o conmover y no persuadir.”[35]

La literatura puede y debe permanecer al margen de toda ideología porque para Borges de lo que se trata, no es de convencer al lector para que adhiera a las tesis del autor, sino de conmoverlo para que sea capaz de recrear el sentido del texto. Toda obra literaria, antes que la expresión directa de un punto de vista, debe ser considerada un signo, una invitación a salir del propio yo. Hablar, por ende, de “literatura política” es, desde una perspectiva borgeana, una contradicción porque literatura y política son dos praxis antagónicas y excluyentes entre sí. No hay opción para Borges: o se es un político y lo que se busca es persuadir, mentir, someter la libertad del individuo al propio arbitrio; o se es un escritor y lo que se busca es conmover, crear, librar al individuo de las ataduras de su ilusorio yo.


¿ Escéptico y utópico?

La mirada escéptica y crítica que Borges tuvo respecto de la política, no lo llevó a engrosar –como sucede en la mayoría de los casos con los escépticos en materia política- las filas del “realismo político”. Por el contrario, Borges fue un soñador, alguien que se animó a proponer –directa y espontáneamente a través de sus declaraciones y sugestivamente a través de sus textos- un mundo distinto. Un mundo en el que fuera la ética y no la política la condición de posibilidad de una pacífica convivencia entre los hombres.

Continuador de “la tranquera utópica de Macedonio Fernández” -según la atinada expresión de Ricardo Piglia[36]-, Borges optó por exigir lo imposible: una sociedad en la que la política y su violento e ilusorio orden desaparecieran para dar lugar a una sociedad anarquista y cosmopolita, en la que los individuos pudiesen desarrollar al máximo su libertad.


NOTA: Este artículo fue publicado en Bulacio (comp.) De laberintos y otros Borges. Editorial Victoria Ocampo, Buenos Aires, abril 2204. IBSN 987-20728-4-1. Pag. 31-46
--------------------------------------------------------------------------------

[1] Sorrentino, Fernando. Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, Editorial El Ateneo, Bs. Ars, abril de 2001, p.25

[2] La Gaceta del Fondo de Cultura Económica. México, N°8, Agosto de 1986, p.92, en Mateo Fernando. El Otro Borges, Ed. Equis, Buenos Aires, 1997.

[3] Revista Siete Días, N° 310, Buenos Aires, 23 de abril de 1973, p. 55-59 en Mateo Fernando, op.cit.

[4] Existe dentro del anarquismo una escisión básica entre anarquismo colectivista y anarquismo individualista. El primero, representado por Kropotkin y Bakunin, considera necesario sacrificar una parte de la libertad individual a favor de la libertad social. El segundo, representado por Max Stirner, considera, en cambio, que la libertad individual debe desarrollarse a pleno y no ser coaccionada por ningún poder exterior.

[5] Borges, en más de una oportunidad, se refirió al anarquismo de Herbert Spencer . Esto dista de la clasificación de “liberal extremo” que habitualmente se hace de este pensador y que, sin duda, es más precisa porque Spencer no proponía la desaparición del Estado, sino que éste interviniera lo menos posible en la vida de los individuos.

[6]Roffé Reina, Conversaciones Americanas, Editorial Páginas de Espuma extraído de www.primeravistalibros.com.

[7] Borges, Jorge Luis - Ferrari, Osvaldo. Reencuentro: Diálogos Inéditos,. Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1999, p.157

[8] Borges, Jorge Luis - Ferrari, Osvaldo, En Diálogo I, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1985, p.220

[9] Nótese al respecto que en el epílogo de El Libro de Arena – libro en el que aparece incluido este relato- Borges afirma: “Utopía de un hombre que está cansado”, es, a mi juicio, la pieza más honesta y melancólica de la serie”. El Libro de Arena, Emecé, Buenos Aires, 1966, p.187.

[10] Borges, Jorge Luis. “Utopía de un hombre que está cansado” Ibíd. p.133

[11] Ibíd. p. 131

[12] Ibíd. p. 132

[13] Sorrentino, Fernando, op. cit. p.169

[14] Este mantenimiento de las instituciones debe ir acompañado, en el caso del conservadurismo de corte fascista, de una intromisión cada vez mayor del Estado en la vida de los ciudadanos , en el caso del conservadurismo de corte liberal, de una intromisión mínima.

[15] Burgin Richard, Conversaciones con Jorge Luis Borges, Taurus Ediciones S.A., Madrid, 1974, p.124

[16] Sorrentino Fernando., op. cit., p. 169

[17] Ibíd., p. 169

[18] Borges Jorge Luis, El informe de Brodie, Grupo Editorial Planeta, septiembre de 2001, Buenos. Aires, p.6

[19] Revista Extra, año XIII, n° 133, julio de 1976 extraído de www.bernardoneustadt.org/nota.asp?ID=86

[20]Borges, Jorge Luis - Ares, Carlos. “Nuestro deber es la verosímil esperanza”, entrevista realizada para El País, 3 de noviembre de 1985, extraída de www.nexos.com.mx/internos/ saladelectura/nuestrodeber.asp

[21] Burgin, op. Cit. P. 124

[22] Borges, Jorge Luis. Obras Completas en colaboración, Emecé, Buenos Aires, 1997, p. 401-402.

[23] Dos ejemplos paradigmáticos al respecto son: “El poema conjetural” y el cuento “ El Sur”.

[24] Borges, Jorge Luis. "Dele-Dele" en Rodríguez Monegal, Emir “Borges y la Política”, Revista Iberoamericana, v.43, nº 100-101,

julio-diciembre.

[25] Esta expresión Borges la usa en “Anotación al 23 de agosto de 1944” para referirse al en Borges, Jorge Luis. Obras Completas (en adelante O. C. ), Emecé, Buenos Aires, 1974, p.

[26] Borges, Jorge Luis. “Deutsches Réquiem”, O.C., op. cit. p. 579-580

[27] Borges, Jorge Luis. “Anotación al 23 de agosto de 1944” , O.C., op. cit. p

[28] Ibíd.. p.

[29] Borges, Jorge Luis. O.C., op. cit. p. 9.

[30] Borges, Jorge Luis. “Tú”, Obra Poética (en adelante O. P. ), Emecé, Buenos Aires, 1989, p. 388

[31]En Filosofía Política es común afirmar que la oposición entre amigos y enemigos está siempre presente en la política y, que pesar

de los muchos esfuerzos, el Estado –que se instituyó para reducir tal antagonismo a su mínima expresión- no logró, ni logrará

eliminar el conflicto político, sino únicamente enmarcarlo, limitarlo y regularlo para implantar la concordia civil.

[32] Borges, Jorge Luis. “Juan López y John Ward”. O.P., op. cit. p.699

[33] Borges, Jorge Luis. "Kafka y sus precursores”. O.C., op. cit. p. 712

[34] Borges, Jorge Luis. “A quien leyere”, O.P., op. cit. p.699

[35] Borges, Jorge Luis. El informe de Brodie, op. cit., p. 6

[36] Véase: Piglia, Ricardo. “Ficción y política en la literatura argentina” en Crítica y ficción. Seix Barral, Buenos Aires, 2000, p. 127-132.

No hay comentarios: