4.4.11

El mito de las dos argentinas


En esa memoria no genética que es la cultura de un pueblo, hay dilemas que se transmiten de generación en generación sin poder encontrar resolución. La antinomia civilización o barbarie pertenece a esa clase de dilemas en la historia de nuestro país. Vigente sobre todo en momentos en los que los conflictos de interés entre grupos sociales antagónicos alcanzan su punto más álgido, constituye una especie de marca registrada de nuestra cultura política. Usada una y otra vez como clave interpretativa de nuestra siempre conflictiva identidad nacional, ha contribuido -como no lo hizo ninguna de las otras antinomias que atraviesan nuestro imaginario político y cultural- a cimentar nuestro mito fundacional: el mito de las dos Argentinas. Sin embargo, lejos de permanecer en su significación siempre idéntica a si misma, esta dicotomía se ha ido transformando y resignificando conforme la apropiación que han hecho de ella las diferentes tradiciones político-culturales.

Al respecto, me interesa analizar en este escrito los usos que sobre la misma hicieron la tradición liberal-conservadora de principios del siglo XX y luego el peronismo. Entiendo que comprender el modo en que la antinomia civilización-barbarie fue interpretada por estas dos importante tradiciones políticas, puede ayudarnos a comprender las actuales disputas simbólicas que se libran en nuestro país.

Los hijos de Fierro

Es en Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, la célebre obra de Sarmiento, en la que la dicotomía civilización-barbarie encontró su primera gran formulación, contribuyendo de este modo a fundar el mito de las dos Argentinas. Mito que en perspectiva sarmientina estaba representado por una Argentina civilizada, urbana, moderna, cosmopolita, europea, más ligada a Buenos Aires y otra Argentina bárbara, rural. tradicional, hispanista y colonial, vinculada a las provincias del interior del país. La imperiosa necesidad de civilizar a esta última, poblándola y urbanizándola con inmigrantes europeos era lo que Sarmiento postulaba. A su entender, sólo de esa manera sería posible combatir la desventaja natural que para él constituía la enorme extensión de nuestro territorio. Extensión, que a su juicio, hacía de los nativos de estas tierras hombres acostumbrados a la soledad de la pampa, ligados por una sociabilidad natural que no les permitía organizarse políticamente y ser capaces de generar una res pública, es decir un espacio regular de interacción a partir del cual aprender a moderar sus impulsos naturales y a civilizarse.

Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, gracias al impulso de la Generación del 80, el proyecto sarmientino se concretó al tiempo que se frustró. Los inmigrantes europeos llegaron y llegaron masivamente, pero no eran sajones, ni civilizaron el desierto como el sanjuanino había soñado, sino que eran en su mayoría de origen latino y se quedaron a vivir en las grandes ciudades. Lo cual, en principio, no preocupó a las elites de la época (cuyas fortunas crecían exponencialmente de la mano del modelo agro-exportador), en tanto estos representaban para ellas antes que nada mano de obra. Sin embargo, a poco de andar por estos confines el “aluvión inmigratorio” comenzó a hacer sentir su peso dentro de la nueva configuración social que se construía vertiginosamente en Argentina. Cambios culturales, sociales y políticos importantes se produjeron entonces, porque los recién llegados desembarcaron en nuestras tierras con sus costumbres, su lengua, sus tradiciones, sus ideologías… No pocos de ellos eran anarquistas, socialistas, cuadros políticamente formados, que se organizaron en partidos y sindicatos y que con sus demandas empezaron a resquebrajar el orden establecido.

Situación frente a la cual las élites reaccionaron invirtiendo la dicotomía sarmientina: ahora los bárbaros eran los inmigrantes, las grandes masas urbanas, mientras que la civilización se fundaba en la tradición criollista. Exaltando su coraje y su culto al honor el gaucho pasó a ser el estereotipo del ser argentino y la vida bucólica el ideal de vida armoniosa y virtuosa frente al caos y a los vicios de la vida urbana. Deudoras de un liberalismo cada vez más conservador, las elites gobernantes y muy especialmente los intelectuales ligados al denominado primer nacionalismo se abocaron, hacia la época del Centenario, a la construcción de la Nación; es decir de un sentimiento de pertenencia nacional que buscaba homogeneizar a través de una identidad en cómun a nativos e inmigrantes. Un papel muy importante jugaron, en este sentido, tanto la implementación de toda una liturgia patriótica a través del monopolio de la educación que detentaba el Estado como el criollismo. Corriente cultural éste que difundió en el ámbito popular urbano las imágenes míticas del mundo rural pampeano y que fue usado por los grupos hegemónicos para defender su status quo, al cual identificaban por supuesto con la civilización. Civilización que en este caso, no representaba un ideal revolucionario que aspiraba a transformar radicalmente la sociedad (ideal que si se encontraba en Sarmiento en tanto éste buscaba en nombre de la civilización acabar con la barbarie del gobierno rosista), sino antes bien, con un estado actual de cosas, con un orden establecido que sentían estaba siendo amenazado por los bárbaros, es decir por los inmigrantes. Con lo cual el término bárbaro apareció usado en este contexto en su sentido más originario, en el sentido que lo acuñaron los griegos, pues aludía efectivamente al extranjero; mientras que en el uso sarmientino étse se refería, paradójicamente, al indio, al gaucho, a los nativos de estas tierras.

El subsuelo de la patria

Durante la década del 30 nuestro país se vio sumido en una crisis que fue económica, pero también de legitimidad. La irrupción definitiva y el protagonismo que las masas habían adquirido para entonces dentro del espacio público, reclamaban un nuevo orden político-social basado en un nuevo consenso. Esto fue lo que logró el peronismo, a partir de la construcción de un imaginario político y cultural diferente.

Lejos de desaparecer, la dicotomía civilización o barbarie operó también dentro de este imaginario que el peronismo constituyó, pero adquiriendo una impronta novedosa: la revalorización de la barbarie. Gran orador, con enorme poder de persuasión, Perón buscó desde su discurso dotar a las masas bárbaras de organización y conciencia social, dándoles una identidad como Pueblo-Nación. Para ello, se posicionó como un soldado al servicio de la Patria y de los intereses del pueblo, es decir como alguien que había llegado desde fuera del ámbito corrompido de la política y cuya misión era la de llevar a cabo la redención social que las masas reclamaban. Redención que en sus manos no constituía un proyecto político, sino antes bien, un proyecto patriótico. Luego, todos los que se oponían a este proyecto, que no era su proyecto sino el proyecto de la Nación argentina, eran para Perón antipatriotas.

Como es evidente, la lógica excluyente que postula la existencia de dos Argentinas aparece nuevamente. Esta vez, a través de un proceso de identificación entre pueblo, patria y Perón, por un lado, y oligarquía, anti-patria, antiperonismo, por el otro. La gran diferencia con las interpretaciones anteriores es que el peronismo valorizó la barbarie al valorizar al pueblo y denostó la civilización , pero en la medida en que ésta se identificara con la civilización liberal . “Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación, que asomaba como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terreno”, sostuvo Scalabrini Ortiz exaltando el protagonismo de las masas, de los cabecitas negras en la jornada histórica del 17 de octubre. Hecho a partir del cual el peronismo construyó su mito de origen, al que procuró identificarlo con el mito de origen del pueblo y de la patria. Del pueblo, porque el relato expresa que es ese día en el que éste emergió de las profundidades, se apoderó de la plaza, haciéndose visible para la sociedad y para si. La foto de los descamisados metiendo sus pies en la fuente de la plaza se transformó en un ícono de ese momento fundacional para el pueblo, pero también para la patria porque allí nació, según el mito peronista, una Nueva Argentina

Reactualización del mito

En la actualidad, el mito fundacional de las dos Argentinas goza de renovada salud. Basta abrir los diarios de los últimos meses para comprobar que esto es así, que en el conflicto de interés entre el actual gobierno y el denominado “campo”, la disputa que se libra a nivel simbólico reactualiza los modos de interpretación del dilema civilización o barbarie llevados a cabo por la tradición liberal-conservadora y por el peronismo. Asi, encontramos en el discurso de las instituciones agrarias la apelación al mito de la Argentina rural, tradicional, criolla, federal, respresentativa de lo más genuino y mejor del ser nacional que había sido construído por las elites conservadoras de principios de siglo. Por su parte, el gobierno apela al mito de la Argentina nacional y popular, que distribuye la riqueza, que impulsa el desarrollo industrial en aras de un crecimiento económico inclusivo, en el que el pueblo, el subsuelo de la patria tiene el protagonismo, según reza el mito construído por el peronismo histórico. Para unos y para otros, la barbarie aparece encarnada en la facción contraria. En el autoritarismo y falta de republicanismo del gobierno, según proclama el agro . En el egoísmo y en la avaricia de la oligarquía agrícola-ganadera, según denuncia el poder gobernante.

Frente a esta situación de candente vigencia del dilema civilización o barbarie, frente a la apelación que volvemos a hacer de la misma “zoncera“ como diría Jauretche, creo que el gran desafío que enfrentamos de cara al Bicentenario es la necesidad urgente de repensar un proyecto de país fundado en un mito que sepa dar cuenta de nuestra diversidad, sin apelar a dicotomías excluyentes. A mi entender, después de la crisis estructural que se manifestó en el 2001, no podemos darnos el lujo de carecer nuevamente de una imaginación simbólica plural e inclusiva, que no caiga en falsas antinomias, pero tampoco en uniformes consensos, que sea ,en definitiva, radicalmente democrática.

NOTA: este texto apareció publicado en el 2° semestre de 2008 en Revista 1300km http://www.revista1300km.blogspot.com/

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