En oposición a lo que se cree, no somos los dueños de nuestra identidad. Mal que nos pese, ella no forma parte del inventario de nuestras posesiones; muy por el contrario, es algo que siempre tomamos de prestado.

Pasados los años, el hábito –que todo lo puede- juega a nuestro favor y se encarga de borrar tan incómoda intuición. (Digo incómoda porque: ¿es acaso posible sobrevivir siendo concientes de que sólo somos aquello que lo demás en nosotros proyectan?).
Y así vamos por la vida, fantasmas sin rostro, siendo lo que no somos, siendo lo que debemos ser. Piezas de un juego que no comprendemos, dejamos que extrañas e invisibles manos nos indiquen cómo y para qué debemos vivir. En infaustos seres nos convertimos entonces, en inertes garrapatas, cuya principal preocupación consiste en aferrarse, a como de lugar, a las redes que teje la sociedad.
Y si alguna vez la intuición primera retorna y nos redescubrimos espectros, poco importa que así sea, porque la vida –que aprieta, pero no ahoga- nos proporciona una segunda oportunidad. La oportunidad de ser demiurgos, de modelar a imagen y semejanza de nosotros mismos –de esos que no pudimos ser- a nuestra descendencia.
Todo lo que no hace sino confirmar que nuestra identidad, en efecto, no habita en nosotros; sino que, como acertadamente sostiene Rimbaud: “Yo es un otro”.
2 comentarios:
Muy buen post. Muy interesante como construimos nuestra propia mirada sobre los cimientos de lo que ha construido el Otro. De ahí que se diga popularmente que el hombre es un "animal social".
Y tenes razón: es muy incómodo.
Muchas gracias Martín por el comentario! Sos,de hecho, mi primer comentarista por estos lares...
Sin duda, es incómodo, muchas veces diría que hasta afixiante!
Sin embargo, al mismo tiempo, nos revela que nuestra identidad no es algo dado, con lo que nacemos, siempre identica a si misma, sino antes bien, una construcción... social...pero construcción al fin.. Y en tanto tal,susceptible de ir cambiando..
Publicar un comentario